Los puños rosas. Amas de casa de día, guerreras de noche

Escrito por: Chucho Contreras

28 octubre, 2017

Gonzo

Todo comenzó cuando un colega, propuso en el grupo del trabajo una invitación a un evento de sociedad, nos había comentado que uno de sus compas del gym donde entrenaba estaba organizando una noche de box y que era la oportunidad para que saliéramos todos en grupo a tomar unos tragos; accedí pensando  que tenía rato que no iba por unos tragos, pues una noche de box no caería mal, pero jamás me imagine lo que viviría.

El reloj marcaba las 7:10 pm en la CDMX, el uber que había tomado de avenida Coyoacán me había dejado donde tenía la cita. Salón Fascinación se podía leer a lo lejos, desde que mi compa mandó el audio en el grupo mencionando este lugar, empecé a tener mis dudas sobre la noche de box. En la entrada se podía apreciar una pequeña fila donde podías ver a varios intentando entrar al salón de “eventos de sociedad”, el cual habían rentado para la noche.“Pregunta por el Chesster que dices que vas de parte del “Cuervo”, así es como me llaman en el Gym” me comentaba mi amigo por teléfono, el cual estaba a unos minutos de camino mientras yo esperaba en la entrada del salón. Efectúe la maniobra como me lo había dicho por teléfono mi amigo y solicite amablemente al tipo de seguridad que se encontraba custodiado la entrada, que me comunicaran al Chesster, el cual a través de la radio le mencionó la historia y me dio acceso sin dudar.Después de pasar las medidas de seguridad, que  consistían en  abrir las mochilas y medio pasarte la mano en la entrada, subí las escaleras del salón de eventos y lo primero que me tope fue la imponente imagen de un ring armado en medio de la pista donde seguramente el fin de semana pasado alguna quinceañera realizó su tradicional vals portando su vestido pomposo  y  acompañada por su ejército de chambelanes.“¿Una chelita señor?, ¿cuántos son? Pásele, tenemos mesas” fue el recibimiento de los meseros que buscaban tomar a diestra y siniestra algún cliente. El lugar que parecía vestigio de alguna disco de los 70s por la cantidad de espejos que había alrededor, lucia sus mejores garras; mantas en las cuales se podía leer el nombre de los amables patrocinadores engalanaban la noche que al principio parecía vacía, pero fue en cuestión de minutos que se llenó de gente ávida de lucha.Tome mi posición y le pedí una chela al mesero que amablemente me cobró 60 pesos por mi bebida.-“¿Vienes por la Jasseth?” mencionaba la chica delante a su compañero de la derecha –“Nel, vengo por la Karina, ella no se raja”- Sorprendido por la declaración, mire a una de mis laterales y perfile bien el cartel de la noche. Mis ojos, algo golpeados por el uso de la computadora de manera excesiva, tardaron en enfocar y para mi sorpresa el cartel que vi me dejo con la boca abierta.“Noche de promesas”, seis peleas y un cartel lleno de nombres de mujeres. Era la primera ocasión que un cartel de box fuese de puro talento femenino y más, que se discutiera un campeonato nacional de box femenil. El mesero regresó con mi bebida, la cual al primer sorbo el alma me regreso al cuerpo y supuse que la noche seria larga, por lo cual la bebida seria mi fiel compañera de batalla.En el ring apareció de la nada un pequeño presentador, el cual como lucha estelar de Las Vegas, anunció el inicio de la noche de box y saludó a los amables jueces que precedían esa noche. En una de las esquinas se podía ver a una coqueta edecán que con pantalón negro y blusa blanca empezaba a robar las miradas de los caballeros del lugar. Había gente de todo tipo, el compa que se veía que había salido de la chamba y todavía portaba la corbata godin, la familia que iba a ver a la prima o a la amiga que lucharía ese día, el par de novios que parecían contentos de tener una cita en ese lugar, había de todo.Lulú Torres vs Carolina Contreras, anunciaban los altavoces del lugar, eran las primeras en subir al ring, las cuales fueron recibidas como gladiadoras entrando al coliseo. Se notaba que estaba la familia de ambas luchadoras, porque de esquina a esquina se escuchaban los gritos de aliento para las pugilistas. Sonó la campana y pareciera que se había despertado la furia. Uno estaba acostumbrado que en los primeros rounds del encuentro fueran de reconocimiento, toques sencillo para ver de que estaba hecho tu contrincante, acá pareciera que habían dicho que se volcaron de forma violenta sin piedad.Exploto la fiera, el primer golpe que se conectó en la noche podría jurar que sonó hasta el Estadio Azteca, fue un golpe seco, de esos que sabes que dejaran marca una semana o dos. Así es como se recibieron en el ring, sin miedo, dándolo todo, de una forma donde la sangre y el sudor eran uno. Los gritos de la gente denotaban esa catarsis que al ver violencia, desnudaban los instintos más bajos del ser humano, los cuales se unían a los gritos desesperados de los entrenadores que intentaban dirigir desde sus esquinas.Me sorprendió ver la forma cruda con la que se golpeaban, como si no hubiera un mañana, como si alguna de ellas le hubiera bajado el novio a la otra y cada golpe  fuera la forma correcta de arreglar las cosas. Es así que se escuchaba, como si la carne de res cayera al suelo sin miramientos, donde cada golpe se podía sentir directamente en mi asiento. Aquellas mujeres que subían al ring son amas de casa, madres, estudiantes, algunas trabajan como secretarias, pero dejaban todo de un lado para demostrarnos que ellas nunca fueron el sexo débil, tirando sangre a cantidad que jamás había visto en el box de caballero.Estas damas demostraron lo que es luchar, dejando todo el ring desde el primer segundo y que sin importar donde estuvieras llegaban los rastros la sangre de las boxeadoras. No hubo pelea que no fuera pactada por la pérdida de sangre, alguna ceja partida, la nariz volada, el sudor se volvía uno con el agua que cada entrenador lanzaba para avivar a su gladiadora, las cuales sin importar los golpes seguían de pie, lanzando derechazos y escupiendo la sangre como si fuera una pequeñez. Así de crudo fue cada pelea, así de violenta, como de verdad debe ser el box, no como algunos de renombre que solo se tocan tantito y ya se andan partiendo, estas mujeres fueron amor al deporte, de ese que se debe de salvar.Fueron seis pelas donde la sangre, el sudor y las mentadas de madre se unían con el fervor del público que con cada golpe exigía más, querían ver más sangre, querían ver caer a alguien, yo quería ver caer a alguien.  Era algo sorprendente que cuando las contrincantes bajaban del ring se podía ver como platicaban entre ellas, preguntando por sus hijos, por cómo les había ido en el trabajo, hablando de las cosas más comunes que uno nunca se podría imaginar y sobre todo, después de partirse la cara en el ring, pudieran hablar sobre lo que cocinaran el fin de semana o sobre porqué a uno de sus hijos le estaba yendo mal en la escuela.Habían pasado ya cinco peleas y la chela con la que comencé la noche se había vuelto seis, olvide la cuenta al ver cada uno de los golpes que se repartían en el ring y el fervor de unirme al mar de gritos que inundaron el lugar. Llegó el momento de la lucha estelar, Jasseth Noriega se enfrentaría a su rival  la Karina Hernández, todo el esfuerzo se veía en los rostros de la contrincantes, de un lado la porra de Karina tirando pulmón con canticos para la pugilista, en  el otro un pequeño de 8 años llorando dándole la bendición a su madre, la misma que esa mañana le había preparado el desayuno. Las dos contrincantes se veían con odio y de reojo miraban a la distancia el cinturón que las proclamaría campeonas.“Es a diez rounds”- escuche decirle a la chica que se encontraba frente de mí, la cual se había convertido en mmi guía en esa noche y con la que compartí un vaso de papitas que vendían en el lugar. “Jasseth se ve más preparada, aunque Karina tiene mejor punch” me informó el acompañante de la chica. Inició la pelea y como era de esperarse los golpes se vinieron con desesperación y el griterío ensordecía el lugar.“Vamos Karin, mete un gancho, no la dejes” gritó desesperado su entrenador. Yo había dejado de contar los rounds y las seis chelas se volvieron ocho. “Pártele su madre” gritaban en una de las mesas del fondo. Llegaba el octavo round, un desfile de golpes me habían volado la cabeza o las ocho chelas ya empezaban hacer efecto. Puñetazo tras puñetazo, se prendían las luces de las esquinas que anunciaban los últimos diez segundo de la pelea. Karina y Jasseth tiraron los últimos alientos y en ocasiones se abrazaban, lo que hacía que pareciera que estaban bailando lento en medio de la pista.Se terminaba la pelea, la gente aplaudía mientras esperábamos la decisión de los jueces. Las cervezas ya habían hecho más que efecto, el presentador informó las calificaciones. La verdad no entendía que querían decir, yo solo observaba a cuál de las luchadoras levantaba la mano. Y así es como Jasseth se proclamó nueva campeona nacional supermosca. Algunos medios que se encontraban en el lugar abordaron a la vencedora, la cual se fundió en un largo abrazo con su hijo mientras se veían las lágrimas salir de sus hinchados ojos, que no olvidarían cada golpe, ni cada gota de sudor que tiraron en el ring.Así terminó la velada. En sólo cinco minutos los asistentes despejaron el salón de fiestas que por una noche se convirtió en la casa de grandes guerreras, las cuales sin importar su condición económica o social, se volvieron heroínas, todas unas mujeres maravilla. Es aquí donde nacen las leyendas, como dicen “hay talento, solo falta apoyarlo” o en este caso seguirles dando espacio. Un acontecimiento que ojalá no sea único, espero poder volver a disfrutar un espectáculo como tal. Me dirigí a la salida mientras que terminaba el último trago de mi cerveza,  ese último trago que al final de la noche sabe a gloria, pero esta noche en especial me supo a gloria de campeonas.